El amor de la muerte.

Tristemente yacía el joven echado sobre la verde hierva humedecida por el frió y nocturno roció, observando placidamente los resplandecientes destellos del cosmos, con la mente sumergida en el sopor de la noche. La blanca luna iluminaba refulgente, y la fría neblina comenzó a levantarse, y del oscuro bosque, surgió una misteriosa figura.


Una silueta femenina se dibujo en el blanco nocturno, centellantes luceros iluminaban aquel rostro, y la voz más hermosa del universo quebró el silencio. “ven conmigo”, dijo la extraña aparecida, al desconcertado joven que contemplaba la inquietante belleza de la misteriosa doncella. “ven conmigo”, repitió, “te necesito”. El muchacho se dirigió lentamente hacia ella, “no temas, camina en silencio junto a mí”, le indico la joven. Una vez que estuvo cerca, el muchacho vio que la bruma ocultaba tras su manto a la belleza inigualable de su compañera.

Caminaron en silencio por un bosque, un bosque extraño y misterioso, las criaturas que moraban en aquel paraje eran tan particulares que es imposibles describirlas. Tras la caminata, llegaron a una colina, allí la damicela rompió nuevamente el silencio: “no digas nada, mi nombre no importa, lo único que interesa es quienes somos… yo soy la muerte, y tú, eres a quien yo deseo entregarme eternamente, las tinieblas de la inexistencia nunca tocaran tu ser si estás conmigo, nuestro amor será inmortal, ya que ninguno de los dos podrá morir”…

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